La primera fue una liebre. A doscientos metros en una frontera de montaña. -¿Adónde va?- me preguntó el agente de aduanas francés. -A Italia- le respondí. -¿Por qué no se detuvo?- me preguntó. -Pensé que usted me lo advertiría- le contesté. Y en ese momento todo quedó olvidado porque unos metros más allá una liebre atravesaba la carretera. Era flaca y tenía unos mechones marrones en la punta de sus orejas. Y aunque corría despacio, lo hacía para salvar su vida. A veces esto sucede.
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