Érase una vez una historia
Ambos somos escritores. Acostados boca arriba, miramos al cielo nocturno. Aquí es donde empiezan las historias, bajo los auspicios de esa multitud de estrellas que por la noche roban certezas y a veces las devuelven convertidas en fe. Los que inventaron primero y después les dieron el nombre de constelaciones eran escritores. Trazando una línea imaginaria entre un grupo de estrellas les dieron una imagen y una identidad. Las estrellas enhebradas en esa línea eran como los hechos hilvanados en una narración. Imaginar las constelaciones naturalmente no ha cambiado las estrellas ni tampoco ha cambiado el oscuro vacío que las rodea. Lo que ha cambiado ha sido la forma en la que las personas leen el cielo nocturno.
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