Y nuestros rostros, mi vida, fugaces como fotos
De John Berger, un proyecto de David Horvitz

jueves, 10 de junio de 2010

#6

El siguiente animal fue un gato. Un gato completamente blanco. Estaba en una cocina con el suelo desnivelado, la chimenea abierta, una mesa de madera que estaba un tanto rota y las paredes encaladas. Frentre a ellas, el gato era casi invisible, a excepción de sus oscuros ojos. Cuando giraba la cabeza se difuminaba con la pared. Cuando daba saltos en el suelo o hacia la mesa, parecía una criatura que hubiera escapado de las paredes. La forma en la que aparecía y desaparecía le daba la misteriosa intimidad de una deidad del hogar. Siempre pensé éstas que eran animales. A veces visible y a veces invisible, pero siempre presente. Al tiempo que me sentaba en la silla, el gato saltó sobre mis piernas. Tenía los dientes afilados tan blancos como su pelaje. Y la lengua rosada. Jugaba, como todos los gatos, continuamente: con su propia cola, en los respaldos de las sillas, con las migajas del suelo. Cuando quería descansar, buscaba algo mullido sobre lo que acostarse. Y observándolo, fascinado, durante una semana, me dí cuenta de que siempre que podía elegía algo de color blanco: una toalla, un jersey blanco, ropa lavada. Entonces, con los ojos y la boca cerrados, enroscado, se volvía invisible rodeado por las blancas paredes.

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